Había un
pordiosero que llevaba ya muchos años mendigando. Se habia habituado a vivir de
la mendicidad y no queria volver a trabajar. Rechazaba el trabajo que la gente
le ofrecia. Cierto día, cuando estaba callejeando pidiendo limosna, se encontró
inesperadamente con un amigo de la infancia. Los dos hombres se abrazaban y
empezaban a contarse sus cosas. El amigo que se había encontrado con el
pordiosero, dijo:
- Yo no me puedo quejar, de verdad. Me ha ido muy bien en estos años, mi vida ha sido fácil y el destino se ha mostrado generoso.
- A mi me ha ido francamente mal, como ves —repuso el pordiosero—. Llevo años mendigando, soportando el frío y el mal trato de muchas personas. Es muy dura la vida de un mendigo.
Estuvieron paseando y hablando. Tanto se quejaba el pordiosero, que el amigo le dijo:
- Yo te tengo un gran cariño desde que éramos niños. Te voy, por tanto, a hacer una confidencia, tengo poderes sobrenaturales. No te sorprendas; así es y creo que podré ayudarte a mejorar tu miserable existencia.
Entonces el hombre tocó con el dedo índice un ladrillo y lo convirtió en un lingote de oro.
- Para ti —dijo entregándoselo al mendigo con cariño—. Esto aliviará muchas de tus penas y ya no tendrás que pasar hambre, frío y malos tratos.
Pero el mendigo replicó:
- ¡Pero la vida es tan larga, da tantas vueltas! ¡Tan larga, tan larga...!
Pasaron junto a una gran piedra. El hombre con poderes extendió el dedo índice, tocó la piedra y la convirtió en oro.
- Ahora no te va a faltar nada —dijo al mendigo—. Cuentas con una verdadera fortuna.
- Pero la vida es tan larga, tan imprevisible —argumento en su voracidad el mendigo—. Es tan larga que, lo que uno cree, luego no es suficiente.
– Bueno, ¿qué mas puedo hacer por ti?
Y el pordiosero dijo:
- Regálame tu dedo.
- Yo no me puedo quejar, de verdad. Me ha ido muy bien en estos años, mi vida ha sido fácil y el destino se ha mostrado generoso.
- A mi me ha ido francamente mal, como ves —repuso el pordiosero—. Llevo años mendigando, soportando el frío y el mal trato de muchas personas. Es muy dura la vida de un mendigo.
Estuvieron paseando y hablando. Tanto se quejaba el pordiosero, que el amigo le dijo:
- Yo te tengo un gran cariño desde que éramos niños. Te voy, por tanto, a hacer una confidencia, tengo poderes sobrenaturales. No te sorprendas; así es y creo que podré ayudarte a mejorar tu miserable existencia.
Entonces el hombre tocó con el dedo índice un ladrillo y lo convirtió en un lingote de oro.
- Para ti —dijo entregándoselo al mendigo con cariño—. Esto aliviará muchas de tus penas y ya no tendrás que pasar hambre, frío y malos tratos.
Pero el mendigo replicó:
- ¡Pero la vida es tan larga, da tantas vueltas! ¡Tan larga, tan larga...!
Pasaron junto a una gran piedra. El hombre con poderes extendió el dedo índice, tocó la piedra y la convirtió en oro.
- Ahora no te va a faltar nada —dijo al mendigo—. Cuentas con una verdadera fortuna.
- Pero la vida es tan larga, tan imprevisible —argumento en su voracidad el mendigo—. Es tan larga que, lo que uno cree, luego no es suficiente.
– Bueno, ¿qué mas puedo hacer por ti?
Y el pordiosero dijo:
- Regálame tu dedo.
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La codicia
humana es ilimitada, hay seres que nunca tienen suficiente por mucho que
posean.
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