En el siglo
pasado, un turista estadounidense visitó al famoso rabino Chofetz Chaim. Y se
quedó asombrado al ver que la morada del rabino consistía, sencillamente, en
una habitación atestada de libros. El único mobiliario lo constituían una cama,
una mesa y una banqueta.
- Rabino, ¿dónde están sus muebles? —preguntó el turista.
- ¿Dónde están los suyos? —replicó el rabino.
- ¿Los míos? —respondió, sorprendido el americano—, pero si yo sólo soy un visitante... estoy aquí de paso.
- Yo también —dijo el rabino.
- Rabino, ¿dónde están sus muebles? —preguntó el turista.
- ¿Dónde están los suyos? —replicó el rabino.
- ¿Los míos? —respondió, sorprendido el americano—, pero si yo sólo soy un visitante... estoy aquí de paso.
- Yo también —dijo el rabino.
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